lunes, 26 de septiembre de 2016

Un manchego en el Cartagena Negra. Segunda parte.

Después de comer y de echarnos una siesta en la que perdimos la vergüenza y hasta el conocimiento, mi prójima y yo nos fuimos a la librería Santos Ochoa para ver al Lorenzo Silva, que presentaba su última novela «Donde los escorpiones», que va de un crimen que se comete en una base militar española en Afganistán, y Lorenzo nos contó cómo estuvo en la base real para documentarse y hasta salió del recinto en un convoy con unas medidas de seguridad que acojonaban, que digo yo que qué necesidad hay de pasar tanto miedo, que ya nos acojonan bastante todos los días nuestros gobernantes cuando nos enteramos de su cociente intelectual.

Una vez terminada la presentación, no pudimos acercarnos a Lorenzo porque una serie de efluvios procedentes de las humedades de una barrera de señoras que rodeaban al escritor nos lo impidió. Qué le vamos a hacer, la combinación escritor-señora fan es así.

Visto el panorama, volvimos rápidamente hacia el Museo del Teatro Romano y como llegamos con tiempo de sobra para la siguiente charla, nos acercamos para ver el edificio del ayuntamiento, pero un vigilante no nos dejó pasar:

—La hora de visita ya ha pasado. Hasta mañana por la mañana no se puede ver.

Mi señora, que es muy curiosa, preguntó:

—¿Hay activa alguna sección del ayuntamiento en el edificio o se conserva sólo como monumento?

—No, aquí no hay ninguna actividad, aquí solo están los políticos —contestó el de la porra.

Os juro que esa fue la contestación y que no me invento nada, coño, que todo el mundo me dice lo mismo: «¡Venga ya, Urbano, qué imaginación tienes, macho!».

Después de esta esclarecedora respuesta sobre la actividad de los ediles cartageneros, nos fuimos al auditorio del museo para escuchar la charla llamada «Psicología y sangre».

La mesa estaba formada por Claudio Cerdán, Joaquín Llorens, Lorenzo Silva, Nieves Abarca y Vicente Garrido, moderados por Antonio Parra, que, además de moderar, junto con Paco Marín, estuvo todo el día de acá para allá como un mastín ubicuo de sonrisa bonachona cuidando del último detalle.

En las primeras declaraciones de los componentes de la mesa hubo algo de titubeos. Flotaba en el ambiente un tembloroso rielar como de balbuceo de amante primerizo (esto es para que veáis que yo también puedo ponerme literario y estupendo cuando quiero, joder), pero poco a poco el ambiente se fue calentando y la cosa se animó. Todos dijeron, con matices, que había que meter psicología en las novelas y los muertos y la sangre si lo exigía el guión. 

—Hombre, tú verás —dijo, más o menos, Claudio Cerdán—, si yo escribo una novela de bandas, que además es de zombis, pues tiene que haber muertos y sangre a raudales.

Se refería a su novela «Sangre fría». Por cierto, Claudio soltó una perla que me encantó: 

—No me gusta hacer series con el mismo personaje, de hecho me gusta cambiar de registro. Mi última novela, «El club de los mejores», es negra, pero no tiene muertos y la próxima que escribiré será juvenil. ¿Por qué juvenil? Porque de momento no tengo ni puta idea (sic) de como se hace eso.

¡Anda, jódete y baila! Cómo le gustan los retos al mozo…

Joaquín Llorens dijo que la protagonista de su saga era la única que no era policía, ni detective ni criminóloga ni nada de nada y que su mayor problema era cómo hacer que esta civil de a pie se encontrara con los muertos de su relatos. Por cierto la prota de esta saga es una tía buena que se pasa por el arco de triunfo a todo lo que se menea, que yo estoy leyendo «Política criminal» y no para la moza, menudo pendón verbenero que está hecha, y hace bien, qué coño, lo que se van a comer los gusanos que lo disfruten los humanos.

Luego, Lorenzo Silva expuso que debía de haber un equilibrio entre sangre y psicología y que se debería de huir de la casquería y de la violencia gratuita sin venir a cuento. Lorenzo siempre tan discreto y comedido.

Vicente Garrido también dijo que la violencia debería de administrarse con mesura en las novelas, que a él no le gustaban los cadáveres ni la sangre, pero que por su profesión tenía que tragarse muchos horrores que serían poco creíbles al trasladarlos a una novela.

En estas que va Nieves Abarca y le interrumpe diciendo que a ella si que le gustan los muertos, y los cadáveres, y la sangre, y que, cuando están escribiendo una nueva novela, siempre le dice a Garrido: «Vicente, aquí faltan muertos, tenemos que meter más muertos». Luego empezó a despotricar contra el «abismo», que al principio no sabíamos que quería decir, pero luego aclaró que no aguantaba el personaje literario del detective o policía atormentado, que siempre estaba al borde del «abismo» (recalcaba la palabra), y miraba hacia el «abismo», y el «abismo» miraba al policía… Todo esto lo decía tapándose la cara con una mano cada vez que decía «abismo» y luego gesticulaba teatralmente con las manos, lo que provocó el descojono del auditorio que estaba lleno, a punto de reventar como el lagarto de Jaén. Me encanta esta gallega tan espontánea, rediós.

Total, que cuando terminó la charla y los parabienes del público, nos fuimos a un bareto muy chulo que se llama Mister Witt Café, y allí estuvimos tomando cañas y pinchos de tortilla y de jamón con todos los escritores, que, libres ya de las ataduras de los protocolos del certamen, se soltaron un poco el pelo y descendieron de sus olimpillos para hablar de cosas prosáicas mientran masticaban el jamón.

Fué una gozada, por ejemplo, contemplar al seriote Lorenzo Silva imitando a Charlton Heston en la escena final del Planeta de los Simios y calificando su actuación como la escena cumbre del cine cómico. Vicente Garrido no estaba de acuerdo y dijo que el Charlt no era tan mal actor, que tenía algunas interpretaciones buenas. Yo, para azuzar un poco, dije que de todos los caracartones del Hollywood de esa generación, Heston me parecía el más caracartón de todos, que sólo sabía poner dos caras: la de estreñido cuando fruncía el ceño y la de echar a la gente de su casa, como cuando lo entrevistó Michael Moore como presidente de la Asociación Nacional del Rifle.

Luego, Vicente Garrido se interesó por mi santa y por mí, y nos preguntó por nuestra vida, por nuestro pueblo y por nuestras profesiones, que yo creo que nos quería hacer un perfil para ver si éramos una pareja hetero de psicópatas bien avenida o no. Yo estaba a dos bandas y tenía a mi izquierda al Claudio Cerdán y al Carlos Salem que se había unido a la juerga y luego recitó unos poemas muy suyos, algunos de ellos bastante subidos de tono, que hacía que las señoras, bastante turbadas, restregasen el culo en la silla.

Nieves Abarca se marchó al primer sorbo de cerveza porque estaba malita. Fue una pena porque esta moza hubiese dado mucho juego en la tertulia. En fin, qué se le va a hacer, cosa de meigas, imagino.

Antonio Parra y Paco Marín, cabezas visibles de la organización del certamen, estuvieron muy atentos con nosotros y sólo nos dejaron pagar los últimos cubatas, porque eso ya era vicio.

Al final, avanzada la noche, se disolvió el grupo, nos despedimos de todos, y cansados y felices nos encaminamos al escondido Enehache para cumplir con lo acordado: una noche con todo el desenfreno salvaje y feroz que nos permitieron nuestros gastados cuerpos de jubilados en buen uso.

Menos da una piedra.

   

martes, 20 de septiembre de 2016

Un manchego en el Cartagena Negra. Primera parte.

Pues nada, que estaba yo recién jubilado y entonces va mi churri y me dice:

—Para celebrar tu jubilación te regalo una noche de hotel desenfrenada en el Cartagena Negra, que yo sé que tú quieres ver a tus escritores favoritos en carne mortal, y como premio a que, a partir de ahora, como dócil jubilata, me vas a hacer muchos recados.

Yo, como buen animal de compañía que soy, comencé a dar saltos de alegría y a salivar como los perracos del cabrón de Pavlov, no ya por la noche loca de hotel, que también, si no porque siempre soy muy agradecido con mi amita buena, pero inmediatamente contuve mi júbilo porque pensé: «Hay que ver como son las mujeres, que no dan nada gratis, que esto de hacer de recadero no es ninguna bicoca, todo el día para acá y para allá, tráeme esto, tráeme lo otro…».

Bueno, a lo que vamos: que nos montamos en nuestro viejo Toyota, enfilamos para Cartagena y por poco llegamos tarde, coño, que no encontrábamos el hotel. Y el Tomtom: «Ha llegado a su destino». Y nosostros: «¿Ánde está el hotel?». Y el Tomtom en plan cabezón: «Ha llegado a su destino». Y yo: «¡Me cago en san Pitopato Berenjeno, que no veo el enehache por ningún lado!». Y es que el jodío hotel estaba agazapado detrás de un edificio muy chulo, en una calle peatonal, más escondido que el Santo Grial, joder. Y el cabrón del Tomtom se hacía el longuis y no quería que pasáramos por la peatonal por si nos multaban y le echábamos la culpa. Si es que, además, últimamente y con la crisis, estamos muy poco viajados y parecemos más paletos de lo que somos. Bueno, mi señora no, que las chicas sois más listas y disimuláis mejor.

—Oiga, ¿y el Cartagena Negra?

—Ya voy, coño, no os impacientéis, que todo lo anterior se llama poner en situación, que no entendéis nada de escritura y yo sí desde que voy a festivales negros.

Pues eso, que llegamos al Museo del Teatro Romano por los pelos y allí vimos a la Nieves Abarca y al Vicente Garrido que presentaban su última novela «Los muertos viajan deprisa», que digo yo que vaya título porque en los entierros los coches fúnebres van muy despacio. Luego, durante la presentación, me enteré de que el título lo había sacado de un relato de Bram Stoker. En fin, cosas de escritores. Por cierto, si queréis ver mi reseña de esta novela, podéis verla aquí, en esta misma sección del blog.

La Nieves Abarca es más guapa y más alta en carne mortal que en las redes sociales, que no favorecen nada. Bueno, a lo mejor, lo de más alta, era porque se había puesto para la ocasión los zuecos de tacón de aguja, no sé. Conmigo se mostró muy amable y simpática, y me firmó en la contratapa del iPad, y nos hicimos fotos y todo. Luego, mi mujer me dijo que hiciera el favor, que no paraba de mirarle el canalillo, pero es mentira, yo no le miro esas cosas a las escritoras; bueno, a lo mejor se lo miré una o dos veces, pero porque está en mi naturaleza de machoman alfa en decadencia hacia el omega tres y no lo puedo remediar.

Nieves estuvo muy bien en la charleta porque, aunque se notaba que estaba contenida por al ambiente formal y domesticado del certamen, en cuando veía un resquicio, se desparramaba y empezaba a despotricar y a cachondearse de los escritores extranjeros, que el Vicente Garrido no paraba de justificarla y traerla a camino, que parecía un padre intentando calmar a una hija díscola y descarriada delante de las visitas. De todas formas, y esto es una opinión personal, no me hagáis mucho caso, por favor, yo creo que Nieves, de pequeña, tuvo que ser muy traviesa, de esas que parece que haya trillizas en casa. Pero, ya digo, esto son sólo cosas mías.

Vicente Garrido es un señor que, cuando no habla, parece que esté pensando en cosas muy importantes todo el rato y cuando habla, las dice, no como yo, que me paso el tiempo pensando en gilipolleces del tipo: «¿Si las ranas tuviesen pelo, la terminación de la frase "te voy a pagar los cien euros que te debo cuando las ranas tengan pelo", sería "cuando las ranas se queden calvas"?». Pero Vicente, a pesar de ser un criminólogo muy importante, no es nada engolado y tiene unos ojos profundos, como de pájaro inteligente y cuando calla pone cara de estar pensando en cómo entrar en la mente de los putos psicópatas, que no paran de dar la lata y joder el parque.

Total, que pasamos un rato muy bueno porque nos contaron cosas de su novela que no sabíamos: cómo la hicieron, como construyeron los personajes, etc. Para que nos entendamos, hablaron del «making of», como dicen los pijos enteradillos.

Cuando terminó la charreta nos acercamos a ellos y los pudimos tocar y todo, y nos hicimos fotos y lo pasamos muy bien…

En todo esto se nos pasó la mañana. En un par de días os cuento cómo pasamos la tarde y parte de la noche en el Cartagena Negra.

No os perdáis la segunda entrega.