martes, 12 de julio de 2016

En un hospital de la Mancha…

En un hospital de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que tuve que pasar unas horas por el ingreso de un familiar. Es la rehostia, tú, no falla, siempre que voy a ese hospital me encuentro con algún espécimen, del género homo manchegus, que ya creía extinto o relegado al rincón cavernícola de algún museo etnográfico. Vamos, que la teoría evolutiva del equilibrio puntuado pasa de estos fulanos como de la peste.

Vamos a situarnos: pasillo del hospital. Por él deambulan familiares y lazarillos con algún enfermo que, cual zombi vacilante, va volviendo poco a poco a la vida vistiendo un pijama digno de cualquier campo de concentración que se os ocurra y arrastrando una percha rodante de la que pende un gotero conteniendo algún líquido vital. Una limpiadora empuja un carro de limpieza, que más parece un carro de combate, y me echa de la habitación bajo amenaza de arrearme con el mocho. A mi paseo por el pasillo, se une el acompañante del enfermo compañero de mi pariente. Frente huidiza, arcos supraorbitales pronunciados, labio inferior adelantado, brazos enormes, manos como mazas, bermudas azules y sandalias con suela tipo tocho. ¿Tenéis la foto? Vale. El fulano se me encara, me mira con sus bellos ojos mitad porcinos, mitad ovejunos y me suelta:

—Pos lo que yo ti iga que stos qvullos no si quien armojar y aluego van pa la suya tooosquemeneciendo te aece o stasmitíos por tolajo godarlmochoeloshuevos stas tan toas biás ¿uqué? No, si yo no igo queno blangan po to lo alto y así. Poque no mingas tú que pol na mierdaseca de na tas puesto tú así, ¿o no?.

Se para, me agarra del hombro con una de sus manazas, me gira y se me queda mirando. En sus ojos veo una demanda de respuesta y tiemblo. No tengo ni puta idea de lo que me ha dicho.

Creo que he contado en alguna ocasión que nací y me crié en una aldea y por tanto domino varios dialectos del manchego profundo, pero esta variante no la he escuchado jamás. Deduzco, por la entonación, que debe ser una evolución bastarda del tomellosero occidental y esa zona me pilla un poco lejos. Trago saliva y, jugándomela, tiro de comodín:

—¡No jodas…!

—Psí, poque ta rabisculeao pol morfo truco tontalpijo. ¡Mangatorda profo lascortao tooo ienmebuscamencuentra, gondiósss! ¡Ma caaaa…!

La cosa no pinta bien. El tipo está cada vez más alterado. Me vuelvo a tirar a la piscina, no me queda otra:

—Bah, no hagas caso…

—Siesque no e pue il pol juer el sembrao, gontooloquesemenea y tie rabo. ¿Tú stas locurto algüeno torpónacon a tontalculo?

Aquí si que me la juego porque, si he acertado dos respuestas, será difícil que acierte una tercera. Es como si me tocase la lotería sin jugar. 

—¡Pues claro, hombre!

Estoy acojonado porque se me queda mirando fijamente y su cara tiene menos expresividad que la pared verdigris que tengo enfrente. De pronto su boca se abre en una sonrisa tan ancha como Castilla-La Mancha, extiende su manaza y me dice, es un decir:

—¡Stas uelo migacho tú, chóclala!

Le estrecho la mano y mis dedos crujen como si los hubiese metido en una trituradora. Aguanto como puedo la tenaza y acto seguido, con la otra zarpa, me sacude dos palmetazos en la espalda que me joden el deltoides para un mes y pico. Murmuro una excusa coherente:

—Lo siento, te dejo, que tengo que renovar el tique de la zona azul.

—¡Guala, guala, veste! ¡Ma caaa…!

Cuando me alejo a toda prisa del fulano, se cruza una rubia de pelo de panocha que, embutida en unos pantalones cortos imposibles, va marcando gajos y con el volumen del móvil a toda pastilla taladra el ambiente con una versión remix de la salchipapa.

¡Ma caaa…!

José Mota se queda corto.



2 comentarios :

  1. hola urbano, que risa me has dado con este post de verdad, aqui sola en el hotel donde trabajo me ha dado la risa tonta gracias!

    ResponderEliminar
  2. De eso se trata, de reír. Es casi la única defensa que nos queda ante tanto desatino.

    ResponderEliminar